La OMS ha cambiado la consideración de este
síndrome desde los "problemas relacionados con dificultad en el control de
la vida" a los relacionados con un estrés crónico en el trabajo.
Hace muchos años que el síndrome del profesor
quemado o burnout no ocupa espacio en los medios de comunicación o en la
discusión pública cuando se habla de enseñanza. Igual que hace una década eran
muchos quienes hacían estudios o informes más o menos importantes sobre la
prevalencia de ese síndrome entre el profesorado, hacer una búsqueda de datos
hoy día no es tan fácil.
Y esto, precisamente, en un momento en el que las
condiciones de trabajo del profesorado han empeorado de manera significativa,
principalmente, desde el Real Decreto 14/2012 de racionalización del gasto en
el que se aumentaron las ratios de alumnos por docente o se ampliaba la jornada
lectiva en todas las etapas. También, en un momento en el que se han amortizado
más de 30.000 puestos de trabajo mientras el número de alumnos y alumnas crecía
en decenas de miles.
Hasta la fecha, los casos que se producían dentro
del mundo de la enseñanza tenían que pasar por los juzgados para conseguir el
reconocimiento de esta situación como producto de la compleja labor de
profesoras y profesores.
El burnout es un síndrome con diferentes estadios.
El primero de ellos, el agotamiento, tanto físico como psicológico de la
persona. Después viene el de despersonalización, en el que se produce un
endurecimiento emocional y una mayor o menor despreocupación hacia el alumnado
y sus problemas o circunstancias. Por último, el síndrome tiene impacto en la
eficacia en el trabajo.
Para Francisco Javier Gómez, responsable de Salud
Laboral de STEs es una buena noticia que la Organización Mundial de la Salud
haya dado este paso en la consideración de enfermedad producida por el trabajo.
Para este experto, docente y que lleva 12 años trabajando temas de salud
laboral en el sindicato, el síndrome del profesor quemado tiene muchos factores
que interrelacionan. Desde la organización del centro educativo (o su desorganización),
pasando por la falta de recursos materiales, el aumento de las horas lectivas,
de las ratios o de la presión de una burocracia siempre creciente.
A pesar de la falta de datos oficiales, Gómez
estima que entre un 10 y un 20% (más cerca del 20 que del 10) del profesorado
se encuentra en esta situación de burnout. Pueden encontrarse, según su
experiencia, en mayor medida en la etapa de la ESO, también en Bachillerato. Y
en algunos casos en infantil o los primeros cursos de la primaria.
Uno de los posibles efectos de esta nueva
consideración por arte de la OMS puede ser, además de evitar la judicialización
de los procedimientos, que se sienten las bases para considerar las difíciles
circunstancias en las que las y los docentes desarrollan su trabajo cotidiano.
Hasta ahora, y desde 1990, la OMS había catalogado
el burnout dentro de los «problemas relacionados con dificultad en el control
de la vida». A partir de ahora, lo circunscribe a problemas de estrés crónico
en el trabajo. «El burnout se refiere específicamente a los fenómenos en el
contexto laboral y no debe aplicarse para describir experiencias en otras áreas
de la vida», explica la Organización.
Uno de los problemas más importantes que le
encuentra a esta situación, frente a otras que pueden causar bajas laborales,
está el hecho de que «te señalan a ti como el culpable». Algo que no sucedería
con otro tipo de enfermedades o causas de baja.
Entre las posibles propuestas que pone sobre la
mesa Gómez, además de la mejora de las condiciones de trabajo y de la
consideración del profesorado socialmente, estaría, para empezar, la recuperación
de los médicos inspectores de educación que poco a poco han desapareciendo de
las comunidades autónomas con su jubilación y la amortización de la plaza.
Según el sindicalista, estas figuras realizan una importante labor de formación
y prevención, además de un trabajo en relación al estudio de la prevalencia de
determinadas enfermedades desarrolladas por docentes. Hoy su labor la llevan a
cabo las mutuas, que no hacen seguimiento en los centros ni llevan a cabo
ninguna labor estadística, según dice Gómez.
Además, el responsable de Salud Laboral de STEs
defiende la creación de la figura del docente acompañante que ayude a la
reincorporación de quien vuelve de este tipo de bajas que, además, suelen ser
de alta duración, rondando el año. Un docente que durante un tiempo determinado
esté en el aula asumiendo la labor y responsabilidad de quien se reincorpora
para que este pueda hacerlo con seguridad y tranquilidad.
El burnout está muy relacionado, además de por
causas materiales de desempeño del trabajo (cantidad de alumnado, necesidades
educativas especiales de todo tipo, falta de recursos…), con elementos
personales como una posible baja autoestima. Un problema que, además, aumenta
según el o la docente se va adentrando en el síndrome.
Es necesaria una labor de prevención, así como
recursos para la formación en el centro de trabajo relacionadas con la gestión
de los conflictos en el aula, por ejemplo.