Es más importante la profundidad del aprendizaje y el desarrollo de capacidades y habilidades permanentes, que una carrera superficial sobre contenidos que rápidamente se olvidan.
La inclusión en la educación secundaria de los últimos años no operó contra la calidad: un visible incremento de cobertura se acompaña de un suave incremento en la proporción de estudiantes con mejores niveles de aprendizaje. Es mejor, pero no estar peor no es lo mismo que estar bien.
La escuela secundaria está particularmente estresada hoy, cruzada por reproches a su tarea, la resonancia interna de la situación económica y social, las restricciones de recursos. En ese continuo es muy difícil expandir las oportunidades de aprender, es imposible “estar bien”. Frente a esa situación hay mucho para hacer, y el Estado tiene una responsabilidad esencial y de largo plazo.
Qué hacer entretanto se concretan esas políticas duraderas? Es necesario que la –inevitable– tensión de la tarea diaria tenga un sentido superador, que haga lugar a lo mejor de cada uno de nosotros. Sin pretensión de novedad (se insertan en la Ley de Educación Nacional) ni de totalidad, van tres propuestas concretas, que pueden comenzar en lo inmediato, para un mejor estar y actuar en la escuela:
1.- Designar un gestor social en escuelas. Este perfil, con sede en las escuelas pero a cargo del área de Desarrollo Social (más protegida de ajustes), se ocuparía de articular las necesidades de la población estudiantil con los programas y servicios nutricionales, de salud, de protección social que sean pertinentes. No hay mejor vía para estar cerca del 47% de la población infantil y adolescente castigada por la pobreza, que insertarse en las escuelas a las que asisten. Ello libera a los directivos y docentes para la enseñanza, y a los gabinetes educativos para que atiendan otras demandas escolares como los vínculos interpersonales y la convivencia o los procesos de integración para estudiantes con discapacidad (aún hoy poco incluidos en la secundaria).
2.- Privilegiar el aprendizaje en profundidad. La conducción educativa podría comunicar con claridad a las escuelas que es mucho más importante la profundidad del aprendizaje y el desarrollo de capacidades y habilidades permanentes, que una carrera superficial sobre contenidos que rápidamente se olvidan. Se requiere dialogar técnicamente con los profesores sobre cómo jerarquizar y seleccionar contenidos relevantes e integrarlos en las aulas, y tranquilizar sobre el uso del tiempo necesario para esos aprendizajes y desarrollo de capacidades.
3.- Evaluar a través de producciones. Los equipos escolares podrían valorar las producciones “auténticas” de los estudiantes como la vía privilegiada de evaluación, en vez de la calificación puntual de un escrito u oral como medición del aprendizaje. Producciones tan variadas como maquetas o artefactos de uso, textos argumentativos, programas informáticos, acciones comunitarias u obras artísticas, permiten a los estudiantes tanto la creatividad y la libertad como la organización y el esfuerzo. Los profesores retroalimentan el proceso, insertan los contenidos jerarquizados en un contexto significativo, fomentan la comprensión y el pensamiento complejo, el esfuerzo personal y la cooperación grupal, reconocen cómo cada estudiante va mejorando desde su punto de partida (aun cuando les lleve más de un trimestre o un año de estudio).
Estas son tres propuestas que ayudan a que profesores y estudiantes basen su tarea y su vínculo en el enseñar, aprender, comprender y realizar. Ese sentido aumenta el bienestar y acelera el ritmo de las oportunidades para estudiar, continuar y completar la escuela secundaria. Porque el derecho a aprender es tan importante como la obligación.
*Presidenta de la Asociación Civil Educación para Todos.